Capítulo 2

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Una vez a solas, Camila se apoyó en la puerta del taller y se tapó la cara ardiente con las manos. «Bien hecho, Camila. Has quedado estupendamente».

–¿Qué te pasa? –le preguntó Hanna, la nueva aprendiza de Jim. Era una muchacha que, después de algunos encontronazos con la ley, había conseguido encauzar su vida y, aunque no tenía experiencia en la ebanistería, tenía mucho entusiasmo por aprender.

–Nada –murmuró Camila–. No he dicho nada.

–No, pero has gemido un poco.

Camila suspiró y se acercó a la mesa donde tenían la cafetera para servirse una taza de café.

–¿Sabes lo que me pasa? Que los hombres y las lesbianas existen. Esa combinación son lo que tiene de malo la vida.

Hanna se echó a reír como si estuviera de acuerdo y siguió apilando piezas de teca para un proyecto de Jim. Aparte de eso, el enorme taller estaba en silencio, porque los otros dos trabajadores tenían el día libre. Reinaba la calma.

Camila pasaba muchas horas allí. Para ella, aquel lugar era como un hogar que la reconfortaba. Sin embargo, aquel día no sentía aquella paz, pese a estar delante de su banco de trabajo con varios proyectos pendientes y con Winnie acurrucado a sus pies, mordiendo la pelota. Intentó concentrarse en el trabajo. Tenía que hacer el tablero de una mesa con una pieza de caoba.

Jim entró al taller. Era un hombre grande y estaba en buena forma gracias a todo el trabajo físico que tenía que hacer en su profesión. Era tan guapo que muchas mujeres suspiraban por él, y Camila nunca había sido inmune a él, ni siquiera cuando eran jóvenes. Él le hizo una señal para que apagara la máquina con la que estaba trabajando.

–¿Qué pasaba ahí fuera? –le preguntó.

–¿A qué te refieres?

–A esas vibraciones –dijo él, señalando con un gesto de la barbilla hacia la tienda–. ¿Hay algo entre Lauren y tú?

–por supuesto que no –dijo ella. Como estaba muy nerviosa y necesitaba hacer algo con las manos, se sirvió otra taza de café mientras Jim la observaba.

Lo conocía desde que estaba en el colegio, y sabía interpretar la expresión de su rostro: era feliz, tenía hambre, le apetecía hacer deporte, estaba concentrado en el trabajo y estaba enfadado. Aquel era su repertorio. Ella sabía que también tenía una expresión de lujuria, pero nunca la había visto.

Sin embargo, en aquel momento, su expresión era completamente nueva e indescifrable.

–Voy a hacer una barbacoa después del trabajo –le dijo Jim–. Deberías venir.

Ella se quedó mirándolo con asombro.

–¿Quieres que vaya a tu casa a cenar?

–¿Por qué no?

«Sí, claro, ¿por qué no?». Llevaba tanto tiempo esperando a que le pidiera que saliera con él, que no sabía qué como reaccionar. Miró a Hanna, que, disimuladamente, le hizo un gesto de aprobación estirando los pulgares hacia arriba.

–Bueno –dijo Jim–, ¿vas a venir?

–Claro –respondió ella, tratando de utilizar el mismo tono despreocupado–. Muchas gracias por invitarme.

Él asintió y se fue hacia su puesto, donde estaba haciendo una estantería que parecía un roble. Sus creaciones eran preciosas y cada vez tenían más demanda. Estaba haciendo realidad su sueño, algo que le había enseñado el abuelo de Camila cuando Jim era su aprendiz.

Ella se giró hacia su mesa. Estaba haciéndola para uno de los clientes de Jim, porque él había tenido la amabilidad de recomendársela a ese cliente.

KISS- CAMREN G!PWhere stories live. Discover now