Capítulo 10

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A Lauren no se le ocurría ningún motivo por el que Jim estuviera en casa de Camila si ella no estaba allí. Así que no bajó la pistola, permitiendo que el arma hiciera la pregunta por ella.

Sin embargo, Camila tenía otras ideas.

–Jim –jadeó, y salió de detrás de Lauren–. ¿Qué demonios estás haciendo?

Lauren no se movió, y Camila, al ver que Jim no hablaba, se giró hacia ella.

–¿Y tú? –inquirió, señalando la pistola–. Vamos, baja eso.

¿Que qué estaba haciendo ella ? ¿Lo preguntaba en serio? Había un desgraciado que estaba jugando con ella, con sus emociones, y ¿no entendía por qué había apuntado con un arma al tipo que salía de su apartamento?

–Me pregunto por qué tu jefe sale de tu casa como si fuera suya –dijo con calma.

–Oh, Dios mío.

Camila se puso entre la pistola y Jim.

Mierda.

Inmediatamente, ella bajó la pistola, pero no la guardó.

Camila puso los ojos en blanco.

Tal vez, en otra ocasión, Lauren se habría maravillado de su valor o de su estupidez. En su ámbito, era famosa, incluso temida, por su puntería. Y, sin embargo, allí estaba ella, protegiendo al sospechoso, con una mirada llena de furia.

Ella era la que debía estar furiosa. En aquel momento, le agradecía mucho al ejército de los Estados Unidos que le hubiera enseñado a mantener el control y a dominar sus emociones.

Aún no le había explicado a Camila que había investigado a Jim con los programas de búsqueda de Alec. Sabía cuáles eran los secretos de aquel tipo. Se había casado a los dieciocho años y se había divorciado menos de un año después. Tres años antes, le habían condenado por conducir bajo los efectos del alcohol. Y acababa de gastarse muchísimo dinero en un Lexus nuevo. Y... era exactamente lo que parecía, un buen tipo, aunque un poco egocéntrico, que tenía un estilo propio a la hora de fabricar sus piezas y no copiaba a Ether. Y que gastaba mucho dinero, un dinero que ganaba por sí mismo, no un dinero robado.

Él no era el ladrón de Camila.

¿Le molestaba a ella que Jim cobrara de más por sus trabajos y le pagara tan poco a Camila? Sí, claro que sí. Y le molestaba que, de repente, hubiera empezado a jugar con los sentimientos de Camila. Le habría venido muy bien que Jim fuera el malo de la película, pero el instinto le decía que no era él. Sabía que tendría que decírselo a Camila más tarde o más temprano, pero lo que le convenía era decírselo más tarde.

Camila la miró como si fuera tonta y, después, se giró hacia Jim.

–¿Qué estás haciendo aquí?

–Volví al taller y vi que te habías dejado el cheque de la nómina –le dijo Jim, sin apartar la mirada de Lauren–. Como sabía que te haría falta, te lo he traído. Te lo he puesto en la mesa de la cocina.

Camila asintió.

–De acuerdo, gracias. Nos vemos mañana.

Jim no se marchó. Se cruzó de brazos y siguió mirando a Lauren a los ojos.

–Se me ocurrió que a lo mejor podíamos ver la televisión juntos un rato. Alguno de tus programas favoritos. ¿Iron Chef?

–Qué mono –dijo Lauren.

–Es uno de sus preferidos –respondió Jim.

Claro. Y ella no lo sabía porque no veían la televisión juntas. No hacían nada juntas, porque... Bueno, porque ella era un idiota que había permitido que Camila pensara que no quería nada en serio con ella, que no podía tener una relación seria. Se dio la vuelta para marcharse, pero Camila la tomó del brazo.

KISS- CAMREN G!POù les histoires vivent. Découvrez maintenant