Capítulo 11

66 12 3
                                    

Debía de haber gente que, al oír a su padre cargando una escopeta, podía mantenerse firme y pensar que su propio padre no iba a dispararle.

Lauren no se hacía tantas ilusiones. Si a su padre le apetecía disparar, iba a hacerlo. Lauren se había llevado todas las balas de la casa, pero su padre era muy astuto.

Y muy habilidoso.

–¿De verdad, papá? –le preguntó–. Solo me he retrasado unos minutos.

Tampoco hubo respuesta, y ella se sintió como si tuviera otra vez quince años. Había tenido que dormir muchas noches en el porche porque su padre le había cerrado la puerta por llegar tarde.

Aunque llegar tarde fuera llegar después del atardecer.

Su padre no toleraba la oscuridad desde que había vuelto de la Guerra del Golfo, convertido en un hombre muy distinto al que había sido. Como no podía conservar un trabajo durante demasiado tiempo, Lauren había tenido que ponerse a ayudar desde muy joven, aunque no todos sus métodos habían sido aceptables. Sin embargo, no podía permitir que su padre y su hermana pasaran hambre.

Por suerte, aquellos días ya habían quedado atrás y Alec le pagaba más que bien, así que podía cubrir las necesidades de toda la familia. Dejó las bolsas de la compra en el suelo, sacó una pequeña herramienta y abrió las cerraduras. Empujó la puerta suavemente.

–No me dispares –le dijo a su padre.

–¿Por qué no?

–Porque entonces, no vas a poder cenar.

Pero Lauren no era tonta, así que se mantuvo junto a la puerta, fuera de la vista de su padre, hasta que le respondió.

–Está bien, pero será mejor que la cena esté buena.

Lauren tomó las bolsas y entró con cautela. Volvió a cerrar la puerta y, para calmar al hombre que estaba observando todos sus movimientos, comprobó que estaban bien cerradas varias veces. El trastorno obsesivo compulsivo era terrible. Se dio la vuelta y vio a su padre, que, ciertamente, la estaba observando desde su silla de ruedas, entre el salón y la cocina. Tenía una escopeta sobre las rodillas, e iba vestido solo con la ropa interior.

–¿Dónde están tus pantalones?

–No me gustan los pantalones.

–Bueno, creo que a casi nadie le gustan –dijo Lauren, y pasó por delante de él para entrar en la cocina–. Pero tenemos que llevarlos.

Su padre la siguió. Estaba pálido y tenía una expresión malhumorada.

–¿Estás haciendo los ejercicios de estiramiento para el dolor? –le preguntó Lauren.

–A la mierda los médicos. No saben nada.

–Esos estiramientos no te los enseñó el médico, sino tu fisioterapeuta. Ella te cae muy bien, ¿no te acuerdas?

–No, no me cae bien.

–Me dijiste que huele bien.

–Sí, huele bien.

Lauren tomó aire. Se le estaba acabando la paciencia. Quería mucho a su padre, pero, algunas veces, tenía ganas de estrangularlo. Puso agua al fuego para cocer unos espaguetis y comenzó a cocer carne para acompañar.

–No entiendo cuál es el problema.

–No es tu madre.

Lauren se quedó helada, y se giró hacia él.

–Papá, nadie lo es. Pero... mamá murió.

–Mierda de cáncer. Mierda de médicos.

Había muerto hacía veinte años, pero no tenía sentido tratar de razonar con su padre.

KISS- CAMREN G!PWhere stories live. Discover now