Capítulo 1

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Camila Cabello la vio entrar en su tienda como si fuera suya, aunque hizo como que no la veía. Era una pantalla difícil que cada vez se le daba mejor. El problema era que, le gustara o no, aquella mujer con el ceño fruncido, de un metro ochenta centímetros, delgada y musculosa, que se había plantado ante ella con las manos en los bolsillos y una actitud de frustración, sí acaparaba toda su atención.

Camila suspiró, dejó de fingir que estaba concentrada revisando el teléfono móvil y alzó la vista. Se suponía que debía sonreír y preguntar en qué podía ayudarla. Eso era lo que hacían todos cuando estaban en su turno de trabajo detrás del mostrador de Woods. Tenían que mostrarles a los potenciales clientes sus artículos personalizados, cuando, en realidad, lo que querían eran estar en el taller de la trastienda llevando a cabo sus propios proyectos. La especialidad de Camila eran las mesas y sillas de comedor, lo cual significaba que llevaba un grueso delantal y unas gafas protectoras, y que siempre estaba cubierta de serrín.

Tenía el pelo y los brazos llenos de partículas de madera y, si aquel día se hubiera puesto algo de maquillaje, también las tendría pegadas a la cara. En resumen, no era así como quería estar cuando tuviera a aquella mujer delante otra vez.

–Lauren –dijo, a modo de saludo.

Ella inclinó la cabeza.

Bien. Así que no quería ser la primera en hablar.

–¿Qué puedo hacer por ti? –le preguntó. Estaba segura de que no había ido a comprar muebles. No era exactamente del tipo doméstico.

Lauren se pasó la mano por el pelo. Lo tenía oscuro y lo llevaba largo y, con aquel gesto, se puso los mechones de punta. Llevaba una camiseta negra que se ajustaba a su cuerpo. Llevaba también unos pantalones cargo que remarcaban la largura de sus piernas. Tenía el físico de una soldado, algo que había sido hasta hacía muy poco. El hecho de mantenerse en forma era parte de su trabajo.

Se colocó las gafas sobre la cabeza y, al apartárselas, dejó a la vista sus glaciales ojos de color verde, que podían mostrar la dureza de una piedra cuando estaba trabajando, pero que también podían suavizarse cuando ella se divertía o se excitaba, o se lo pasaba bien. En aquel momento no estaba sucediendo ninguna de aquellas tres cosas.

–Necesito un regalo de cumpleaños para Taylor –dijo.

Taylor era su hermana y, por lo que ella sabía de la familia Jauregui, estaban muy unidas. Todo el mundo sabía eso, y las adoraba a las dos. Ella también adoraba a Taylor.

Pero no adoraba a Lauren.

–De acuerdo –le dijo–. ¿Qué quieres comprarle?

–Me ha hecho una lista –dijo ella, y sacó un papel plegado de uno de los bolsillos de su pantalón.

Lista de regalos para mi cumpleaños:

Cachorros (¡sí, en plural!).

Zapatos. Me encantan los zapatos. Tienen que ser tan glamurosos como los de Ellen.

$$$

Entradas para un concierto de Beyoncé.

Una huida para la inexorable llegada de la muerte.

El maravilloso espejo de marquetería que ha hecho Camila.

–Falta un tiempo para su cumpleaños –le dijo Lauren, mientras ella leía la lista–, pero me dijo que el espejo está colgado detrás del mostrador, y no quería que lo vendieran. Es ese –dijo, y lo señaló–. Dice que se ha enamorado de él. No es de extrañar, porque tu trabajo es increíble.

KISS- CAMREN G!PWhere stories live. Discover now