Capítulo 3

67 12 1
                                    

A Lauren Jauregui nunca le habían gustado las mañanas. Cuando era pequeña, la alarma para despertarse era su padre dando golpes con una sartén sobre los fuegos de la cocina. Más tarde, en el ejército, era alguien de rango más alto gritándole al oído.

Aquel día solo se levantó por una cuestión de responsabilidad. Trabajaba en una agencia de detectives que aceptaba investigaciones de delitos en general y en el ámbito de pequeñas y grandes empresas. Hacían labores de seguridad y vigilancia, y elaboraban informes sobre corporaciones. Algunas veces, hacían trabajo forense, perseguían a acusados que hubieran quebrantado la libertad condicional, hacían trabajos para el gobierno, y más cosas. El director, Alec Hunt, era un jefe muy duro, pero aquel era el mejor trabajo que él había tenido en la vida. Era el segundo al mando y se encargaba de las Tecnologías Informáticas. Aunque no había empezado en ese campo, en realidad...

No, ella había empezado su carrera allanando moradas.

Se olvidó de aquellos viejos recuerdos, se puso la ropa de correr y llegó al punto de reunión sin matar a nadie por mirarla mal. Se trataba de toda una hazaña, teniendo en cuenta lo temprano que era.

Charles la estaba esperando y, sin decir una palabra, le entregó un café. Esperó a que la cafeína hubiera hecho efecto, y le dijo:

–Llegas tarde.

–No ha sonado la alarma –respondió Lauren.

–Porque tú no usas alarma –replicó Charles.

Cierto. Ella tenía un reloj interno. Era una de las cosas que podía agradecerle al ejército.

–¿Estás bien? –le preguntó Charles–. Normalmente, a estas horas estás de mal humor, pero no parece que estés especialmente malhumorada hoy.

–Vete a la mierda.

Charles era muy rico, y tan inteligente, que una vez había estado trabajando para un gabinete estratégico del gobierno. Lauren no era rica, aunque también había trabajado para el gobierno, en su caso, para el ejército. Sin embargo, no era su cerebro lo más demandado, sino el hecho de que podía ser letal cuando fuese necesario.

Su improbable amistad con Charles había comenzado en la partida de póquer semanal que se celebraba en el sótano del Edificio Ocean Pier. Charles era el dueño del edificio, así que jugaba al póquer con desenfreno. Ella jugaba al póquer del mismo modo que vivía la vida: de un modo temerario. Eso los había unido.

A Charles tampoco le gustaba madrugar, y no era precisamente tierno, así que aceptó el «Vete a la mierda» de Lauren como un «Estoy bien». Entonces, tiraron los vasos de café a una papelera y empezaron a correr. Aquel día, llegaron a las escaleras de Lyon Street, un tramo de 332 peldaños. La tortura de subirlo aumentaba porque, con la niebla de aquella mañana, no se veía el último tercio, y parecía un ascenso interminable, una meta inalcanzable. Pero no permitieron que eso les detuviera. Se esforzaron más aún, tratando de superarse el uno al otro.

Cuando llegaron al final de la escalera, no se detuvieron, sino que entraron en Presidio, un parque en el que se podía correr kilómetros por pistas forestales. Casi inmediatamente, la ciudad quedó atrás y se desvaneció detrás del bosque de eucaliptos.

Charles estaba en una forma física excelente, pero, para Lauren, el entrenamiento era su forma de ganarse la vida. Ocho kilómetros después, Lauren adelantó a Charles y llegó ella primero al edificio, entre jadeos, sudando.

–Estás loca –le dijo Charles, sin aliento. Se inclinó hacia delante y se apoyó con las manos en las rodillas–. Espero que hayas dejado atrás a tus demonios.

–No corro lo suficiente como para conseguir eso –dijo Lauren.

Charles se irguió con el ceño fruncido.

KISS- CAMREN G!POù les histoires vivent. Découvrez maintenant