Capítulo 17

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«Genial», pensó Camila. Estaba otra vez en un espacio muy reducido con Lauren, a oscuras, a punto de que las sorprendieran en pleno allanamiento y las metieran en la cárcel. Y a ella no le iria bien el color naranja de los trajes de presidiaria.

–Respira hondo –le susurró Lauren–. Lo tienes controlado, pelirroja.

–Lo de vomitar no es broma –susurró ella.

–No, no vas a vomitar.

–¿Porque eso nos delataría?

–No, porque mis botas de trabajo son nuevas y me gustan.

Ella tuvo ganas de decirle lo que podía hacer con sus botas, pero cerró los ojos fuertemente para poder concentrarse en tragar la bilis compulsivamente. Había comido palomitas y vino para cenar y el vómito no iba a ser bonito.

«Tranquila», se dijo. «No puedes vomitar encima de la tipa buena». Sin embargo, le resultaba difícil controlarse e intentar no hiperventilar. Mierda. Era culpa suya.

No. En realidad, Lauren no tenía la culpa. Ella era la que se había empeñado en acompañarla, así que ella era quien tenía la culpa. Y su impulsividad. Y... Dios Santo, ¿se iban a quedar sin aire allí dentro? Sí. Se les iba a acabar el oxígeno y...

–Eh –murmuró Lauren, y le acarició los brazos de arriba abajo–. No pasa nada. Estoy aquí contigo.

–¡Sí, estamos las dos en un armario diminuto y oscuro! –siseó ella, en medio del pánico. Tenía la sensación de que les iban a caer las paredes encima.

–Shh –susurró Lauren, sujetándola, porque parecía que a ella le habían fallado las rodillas.

Camila alzó la cabeza, y ella le puso un dedo en los labios.

Sí. La entendía. No podía hacer ni un sonido. Ni vomitar. Sin embargo, aquel armario se le hacía más y más pequeño a cada segundo que pasaba.

–No voy a dejar que te ocurra nada –le susurró Lauren, al oído. Le rozó el lóbulo de la oreja con los labios, y ella sintió que una corriente le recorría por la columna.

Quería creerlo de verdad, incluso trató de consolarse con el hecho de que Lauren nunca le había hecho ninguna promesa que no hubiese cumplido, pero el pánico no se dejaba influir por la lógica.

–Bien –le susurró ella–. Lo estás haciendo estupendamente. Ahora voy a...

Al notar que Lauren se giraba, ella se aferró a a su brazo.

–No –susurró.

–Tengo que echar un vistazo, Camila, pero no voy a dejarte sola. Nunca lo haría.

Ella la miró a los ojos y asintió y, en el pequeño espacio del que disponían, Lauren se dio la vuelta para mirar por una rendija de la puerta.

Camila no pudo contenerse. Se pegó a ella y apoyó la frente en su espalda mientras contenía la respiración. La próxima vez le haría caso, y se quedaría en el coche.

No, no era cierto. Sabía que iba a elegir exactamente mismo otra vez, lo cual significaba que era más parecida a su madre de lo que le hubiera gustado admitir.

–Bueno –dijo Lauren–. No te asustes.

Oh, Dios.

–Demasiado tarde –le dijo ella–. ¿Qué pasa?

–Raúl está aquí.

Oh, mierda. Ella no había llegado a conocer bien a Raúl. Recordaba que tenía unos cuarenta años y era un soltero empedernido con muy mal humor que la evitaba como si ella tuviese la peste. En aquella época, Camila pensaba que tal vez no le gustaran las mujeres, pero no, lo que no le gustaban eran los adolescentes.

KISS- CAMREN G!PWhere stories live. Discover now